14 de enero de 2012
Esta historia es ficticia. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
Habíamos sido buenos muchachos. Era nuestro último día de visita en aquella ciudad y no habíamos hecho más que disfrutarla al máximo. Unos tragos tirados en el pasto mientras veíamos a los futuros Chicharitos, y luego un paseo corto por aquélla ciudad ajena. Tristemente nos encontrábamos en una linda zona de la ciudad con sus edificios con apariencia de viejos, sus mujeres que ni te miran y lo más importante, con deficiencia de campos de futbol. Sí, así de bien nos estábamos portando.
- Esto es una mierda, le dije a Alan sin detenernos. En esta parte de la ciudad jamás encontraremos una cancha donde jugar, es como tratar de encontrar una en pleno Centro Histórico allá en el DF.
- Tienes razón, eso es una lástima, en verdad tenía ganas de enseñarles a jugar a esos jalisquillos, ¿sí se les llama así?
- Sí, pero de manera despectiva. En realidad son jaliscienses.
- Da igual.
- Vamos a un barrio pobre, ahí siempre se jugará futbol. De menos encontraremos a alguien jugando en la calle.
- Está bien, pero, ¿qué te parece si primero vamos a comer?
Nos habían echado temprano del hotel y cargábamos nuestras cosas, así que no fuimos lejos. Entramos en un pequeño restaurante familiar donde servían la comida más típica de la ciudad que no habíamos probado hasta entonces.
Y ahí estábamos, viéndole el culo a la hija del dueño que hacía de mesera. Joder, pensé que iba a perder a mi mejor amigo que no paraba de disfrutar esas tortas… ahogadas, cómo se preparan en aquéllas tierras.
En fin, salimos de ahí entre bromas, no podía ser de otra forma, y ahí mismo prometimos regresar pronto a aquélla ciudad de mujeres hermosas. Luego nos echamos en el pasto a reírnos de la gente que pasaba, mientras bajábamos la comida con movimientos espasmódicos de carcajadas.
Eran aproximadamente las 4pm y tomamos el autobús que iba hacia la central, pero no teníamos intención de llegar a ella, todavía no. Pasamos por un barrio lleno de ferreterías, mecánicos y tienditas de abarrotes y ahí tocamos el timbre. Inmediatamente después de bajar del bus, comenzó a llover. ¡Vaya suerte!
No importaba, un poquito de lluvia no iba a detenernos. Pensamos que podríamos estar horas buscando un maldito juego de futbol, así que comenzamos a preguntar, pese a mi reticencia y falta de confianza. No me fiaba, ¿sabes? Nuestro acento nos delataba, traíamos mochilas enormes, barrio pobre, estos imbéciles odian todo de los capitalinos, disfrutarían enormemente de jugarnos una broma.
Al final no quedó de otra que seguir indicaciones que tras una decena de cuadras nos llevaron al deportivo prometido. Entramos bien erguidos, con cara seria y…
- ¡Oigan, no pueden pasar!
- ¿Qué? ¿Sólo por ser fuereños?
- No, no es eso (y se ríe la muy puta vieja), hay que pagar 4 pesos.
- ¡Joder! Todo te cobran acá, ha sido una suerte que no nos hayan cobrado cada servilleta que usamos comiendo tortas ahogadas, o cada que usábamos el cagadero del hotel.
Le dimos diez pesos: – Quédese con el cambio, seguro le hace más falta a usted.
Llegamos a la cancha de futbol rápido y sólo había tres chavalitos de entre 14 y 17 años. No era lo que esperábamos, pero aun así serviría. No íbamos a quedarnos viendo después de tanto buscar.
No tardaron en llegar unos más grandes y graciosos, incluidos unos vaqueros bajados de algún rancho con todo y botas que jugaban futbol como bailando quebradita. ¡La divertida que me puse! Hasta que uno de ellos me metió una patada que me llevó al suelo. Qué ganas de romperle la cara al muy hijo de puta, pero me pareció la peor de las ideas, ellos ya eran unos 10 y nosotros cargábamos con nuestras pertenencias. Ni hablar, no vine a pelear con nadie, sino sólo a enseñarles cómo se juega futbol en la capital. Misión cumplida.
- Ya son las 7, será mejor que nos larguemos de aquí.
La verdad es que los hijos de puta esos hicieron que nos cansáramos, no teníamos idea de en dónde estábamos y no importaba. Nos tiramos a rehidratarnos y a comentar el juego. Por fin encontramos nuestro camino y allá fuimos, hacia la Nueva Central de Autobuses, el viaje había terminado, había sido todo un éxito… o al menos eso creíamos.
Llegamos a la central, compramos nuestros boletos con nuestras credenciales falsas de estudiantes para conseguir un 50% de descuento y nos sentamos a esperar la hora indicada: 9pm.
- Tendremos que esperar una hora, le digo. Una puta hora para leer, ver muchachas viajeras y tal vez una chaqueta rápida en el baño. Qué hastío.
- Así es mejor, podré dormir durante las 6 horas del viaje, toda la noche.
Faltaban 15 minutos y él dice:
- Tengo que ir al baño, ahora regreso.
- Haz lo que tengas que hacer, cabrón, ¿por qué me pides permiso?
Empieza a tardarse. Joder, una hora entera esperando y al tío se le ocurre ir a cagar 10 minutos antes. Ya se ha tardado demasiado, ¿por qué me ha pedido permiso?
Llega acelerado y le digo:
- Joder, ¿por qué te tardaste tanto? Yo también iré a orinar.
- Apúrate
“Apúrate”, hijo de la gran puta, cómo se atreve… Hago lo que tengo que hacer y mientras me lavo las manos escucho en el altavoz nuestros nombre: “por favor preséntense en su autobús, ya está lleno y nos tenemos que largar”. Bueno, eso entendí y salgo disparado y tomo mi maleta y Alan me dice: espera, ahorita vengo. Y sale de la central de autobuses.
¿Qué? ¿Qué está pensando este cabrón? ¿Qué no oyó que ya nos llamaron por el altavoz? ¡Joder! Igual tomo sus cosas y camino hacia el andén. Dos minutos y llega corriendo: ¿¡Qué carajos, hombre!? Nada, nada, dice, ¡vámonos!
Vámonos, vámonos. ¿De dónde se le habrá ocurrido tan gran idea? ¿Ha tenido un presentimiento? ¿¡O habrá escuchado la puta voz que nos grita por segunda ocasión en el altavoz!?
Llegamos corriendo, revisión, lunch, manoseo, arriba capullo. Todos en el autobús me miran con su expresión de “a ver a qué hora, hijo de puta”, los ignoro. Me acomodo en mi asiento y suspiro: Gran viaje, por fin ha terminado…
Mi compañero tarda: ese hijo de la chingada y su impuntualidad, aunque, algo me huele mal. Me levanto del asiento y me asomo por la ventana, está contra la pared y lo manosean intensamente. Joder, algo va mal. Regreso a mi lugar, cojo mi mochila y el tipo de seguridad sube al autobús y me dice: creo que vamos a tener que revisar tu mochila otra vez. De acuerdo. Bajo del autobús y este se marcha. Estamos acabados.
- ¿Tú no traes bronca?, me dice el guardia.
- ¿Qué?
- ¿No traes droga?
- Jajajajaja, no.
- Bueno, pues tu amigo sí y no puedo dejarlos subir así al bus.
- Yo te entiendo, está bien. Cambia nuestros boletos para más tarde, ya se le habrá pasado.
- Claro, claro. Pasen al mostrador.
Alan se disculpa sincera y profundamente por primera vez desde que nos conocemos.
- Perdón
- No te preocupes, saldremos de esta, le digo y alboroto su cabello.
Nos dan boletos para las 6am, pero no alegamos, algo me dice que no estamos en posición de ponernos exigentes. Luego nos tumbamos en una mesa, yo escucho música, él está ahí, se lo lleva la chingada.
- ¿Tienes hambre?, le digo.
- Un poco, pero ya sólo tengo trece pesos.
- Puto número.
- ¿Qué?
- Nada, es que alguien solía decirme que el 13 era mi número. Bueno, yo tengo 160 pesos, seguro encontramos algo qué comer por aquí.
Me levanté y paseé alrededor de la pequeña central, viendo precios y menús. Me topo con un guardia y me dice:
- Tú también fumaste, ¿verdad?
- ¿Qué?
- Tú también fumaste mota.
- Ah. No.
- Cómo no, si traes los ojos más rojos que el otro cabrón.
- Siempre me pasa eso a estas horas, o cuando tengo sueño.
- Ja. Te vamos a pasar con el doctor, pa’ver que no nos estés diciendo mentiras.
- Ja. Pues vamos. Yo no fumé nada.
- Mchs, al rato van a venir los patrones y se los van a llevar.
- Jajajaja, bueno. Allá voy a estar sentado esperándolos.
Regreso a mi lugar y le cuento a mi compañero sobre aquel guardia fanfarrón. Él se preocupa aún más, quizá le pasa lo que a mí cuando fumo hierba y se ha puesto un poco paranoico. Refleja su preocupación y su amplio léxico con una expresión muy chilanga:
- No mames, ¡ya valió verga
Yo trato de serenarlo con buenas razones: recientemente se despenalizó la portación de hasta 5gr de mariguana, él no traía casi nada. Además somos turistas.
Charlamos unos veinte minutos más y luego él pálido exclama otra vez: ya valió verga. Miro sobre mi hombro y veo en la puerta de la central un par de camionetas de policía. Trato de calmarlo. Los policías se acercan al guardia con el que charlé, él nos señala y luego se acercan hacia nosotros. Yo tengo un plan, trato de ser cordial.
- A ver, jóvenes, dice el más viejo de ellos.
- ¿Qué pasa oficial, quiere sentarse? Antes de terminar mi oración el impetuoso y joven policía me interrumpe:
- ¿¡Qué pasa con qué, hijo de la chingada!?
Bien, parece que no habrá negociación, nos hacen que nos levantemos y nos esposan. Qué raro es que te esposen en un lugar público y que toda la gente te mire con su cara de espanto. Bueno, supongo que ya de por sí es raro que te esposen. Nos suben a una camioneta en una posición muy incómoda y con esas mierdas metálicas calándonos los huesos.
- ¿De dónde son? Pregunta el viejo.
- Del D.F.
- Uyyy, jajajajajaja. Bien dicen que: Haz patria y mata un chilango.
Nosotros nos quedamos callados mientras recita un monólogo sobre que nosotros los chilangos namás queremos ir ahí a echar desmadre y que creemos que ellos todavía traen huaraches y sobre cómo la Ciudad de México apesta, igual que sus habitantes.
Joder, ¿quién piensa tal cosa? Este poli es un anacrónico, eso no puede ser bueno… Todavía en este punto tengo esperanza de que sólo nos den una vuelta para asustarnos, nos pidan dinero y nos suelten, como hacen los policías del D.F.
Pero no, derechito a los separos y arrodillado contra la pared, registro, revisión médica y para adentro.
Primero se llevan a Alan, quien confiesa estar en “estado inconveniente”.
- A este métanlo por estar “bajo la influencia”.
Mientras lo llevaban al registro me quedo esposado viendo la pared y de rodillas y escuchando la charla de aquéllos policías sobre fantasmas, Ovnis y brujería. La puta que los parió, ¿cómo estos imbéciles tienen cargos de poder? ¿Estos son nuestros guardianes del orden? ¡Maldita sea!
En la revisión médica confirman que no he fumado mota con un examen minucioso, preciso y de alta tecnología que ha consistido en mirarme a los ojos y decirme: sóplame… No, este no fumó. Bendita ciencia. El poli gordo dice: Igual métanlo por agresión verbal. Oh, yo creo que es uno de los más grandes honores para un poeta ser encarcelado bajo el cargo de agresión verbal, aun cuando no recuerdo haber dicho nada memorable.
Me levantan, me escoltan y cuántos años tienes, tu dirección, dame tus agujetas, tu cinturón y todo lo que traigas en las bolsas, la foto, qué guapo, ahora pasa a la celda. Ah, espérate. ¿Ya cenaste? No. Ah, entonces toma, alcanzaste el último lunch. ¡Puta, qué pinche alegría!
Entro a la celda y veo a Alan sentado muy cabizbajo, en las manos tiene una torta y estas están entre sus piernas. Cierran tras de mí. Joder, es el sitio más apestoso en el que he estado jamás, el olor a orines es tan fuerte que sientes que no puedes oler nada más. Seguro hay chinches, sino es que una rata. Alan odia las ratas. Y hay en un extremo, un hombre dormido y bien cobijado, sobre una de esas bancas de concreto. Abajo de la otra banca hay otro, casi lo piso. ¿Por qué ellos tienen cobijas? Mejor no discuto, mejor ni hago ruido, uno nunca sabe si esa clase de tipos se van a despertar con ganas de golpear a alguien, violarlo o matarlo, llevemos la fiesta en paz. Ojalá estén muertos.
En la hora del registro han dicho que entramos a las 11:23pm.
- Bueno, nos dicen, esta es su situación y no se puede cambiar sino hasta las 9am que venga el abogado y ya veremos qué decide.
- Pero, pero, nuestro bus sale a las 6am.
- Uy, lo siento mucho.
Maldita sea, ¿qué vamos a hacer? No tenemos más que 160 pesos, con eso no nos alcanza ni para medio boleto de vuelta, si no llegamos a tiempo todo estará jodido.
Paso ahí las horas más largas de mi vida, tratando de dormir en una banca dura y fría en la que no quepo, Alan toma lo peor, está sentado en el suelo con la cabeza sobre las rodillas. Largas horas lentas. De repente siento que algo se mueve en mi cabeza, me levanto rápido. Una puta cucaracha. Caramba, este sitio es repugnante. Más horas lentas.
- Alan, acuéstate un rato.
- No, wey, así estoy chido, acuéstate tú.
- No, no, anda, ya me harté.
Se acuesta.
Empieza a salir el sol, o por lo menos se siente la brisa matutina y se escuchan aves a lo lejos. Se levanta uno de aquéllos tipos que uno querría que estuviesen muertos. Levanta de una patada al otro y charlan, se conocen pero no han llegado juntos. Amigos de separos, vaya vida. Uno de ellos es un clon idéntico de El Ferras, el otro es un flaco alto de ojos verdes. Ambos son cordiales.
- ¿De dónde son?
- Del DF
- Órale, ¿y qué hacen acá?
- Me agarraron con mota en la central de autobuses, dice Alan.
- Orales, ¿cuánto les echaron 24 o 36 horas?
¿¡Qué!? La puta que te parió flaco, cómo que si 24 o 36, nos tenemos que largar ya. Bueno, igual no queda de otra más que esperar hasta las 9am. Mientras tanto cada uno cuenta su pecado. Ambos están ahí por teporochos, tienen toda la pinta. El Ferras está hiperactivo: – Ah, ¡les dieron lunch! Me lo regalan. Alan se lo da. Mientras, El Moreno ameniza la estancia en el cuchitril con sus patoaventuras capitalinas.
Yo trabajo poniendo espectaculares, dice, y una vez nos llevaron al défe a poner uno, en una plaza, no maanches, allá sí están bien cabrones, ¿vea? Estaba poniendo un anuncio así en alto, arremachándolo, y tenía así aladito mi botecito de remaches y en eso, chin que le pongo un manotazo y todos para abajo, se hizo un piinchee reguero que yo pensé: chingada madre, me voy a tardar como 10 minutos recogiéndolos. Entonces aseguré rápido el anuncio con los remaches que me quedaron, para bajar a recogerlos, y cuando voltié, niiii unn pinche remache. Se los chingaron toodos, en menos de 2 minutos, te lo juro.
Pero te lo juro que están taaaaan cabrones que una vez hasta nos robaron en movimiento, sigue relatando mientras Alan y yo nos morimos de la risa. Íbamos entrando al défe, en una camioneta de esas sin capota, pero venía tapado con una lona y hasta me echaron a mí atrás, pero ya sabes pinche tráfico que se hace bien cabrón y íbamos despacito, y ya, cuando llegamos a la plaza donde íbamos a poner el anuncio, y me dicen: échate las luces, están ahí atrás de la camioneta, y cuál, no había nada, te juro que nos robaron en el tráfico, cabrón.
E incluso hacía reviews de nuestra comida tradicional, decía: Neeeel, lo que me sacó un chingo de pedo fue una vez que fuimos y que me dice un compa: ¿qué, quieres una torta de tamal? Ah, chinga, ¿torta de tamal? ¿Qué es esa madre? Ohh, cabrón, ¿quieres o no quieres? Bueno, sí quiero una. No maa, yo pensé que iban a abrir el bolillo a picar el tamal y echártelo así, pero neeel, namás abren el pinche bolillo y te echan así nomás el tamal entero jajajaja, ¿pues qué chiste? Pura masa en más masa.
La verdad es que nos cayó de perlas la charla, hasta se nos olvidó un poco que estábamos encerrados, excepto por el olor a miados que no se olvidaba ni en la más grande carcajada. Se nos hizo rápido el tiempo, entré historia e historia. También con El Ferras ansioso porque al parecer agarraron a otro de sus amigos y lo estaban registrando, decía emocionado: ¡a ese yo lo conozco! Es el Piti… es el piti.
Total que llegó la hora en que arribó el abogado y nos empezó a decir que quiénes éramos y porqué estábamos ahí. No, ustedes no deben de estar acá. Y cuánto dinero traen. ¿160? Uy, pues a ver ahorita cómo le hacemos.
El ojiverde nos dice: ya la armaron, ahorita los sacan. Está aquí cerca la central, ni necesitan ir en bus, namás salen, caminan derecho pa’llá y luego hay un puente y ya de ahí se ve, está bien cerca. Gracias Marco Polo, y suerte, que salgan pronto. Gracias.
Nos sacan y nos dicen:
- Traen 160 pesos, ¿verdad?
- Sí, contesto.
- Hijoles, es que la multa es de 300 por persona, pero bueno, los vamos a dejar ir, nos quedaríamos con ese dinero, bueno, les vamos a dar 12 pesos para su camión de aquí a la central. Sí traen su boleto, ¿no?
- Sí, pero era para las 6am.
- Bueno, esa ya es su bronca, háganle la chillona al gerente, díganle que se quedaron dormido o algo así. ¿Cómo ven, lo toman o lo dejan?
- Lo tomamos.
Todo lo que quería era salir de aquélla porquería. Nos dan nuestras cosas, nuestros cinturones, nuestras agujetas y nuestros 12 pesos. Ni uno más, ni uno menos. Salimos y la luz nos cala, joder, así se debe de sentir nacer.
- ¿Nos ponemos las agujetas aquí? Dice Alan
- No, no, más para allá, quiero alejarme lo más rápido posible de este agujero de mierda.
Nos ahorramos los 12 pesos y seguimos las instrucciones de nuestro amigo Moreno, en menos de 10 minutos llegamos a la Nueva Central Camionera. Volvimos, hija de puta…
Nos acercamos al mostrador y buenas tardes señorita, perdimos nuestro autobús, ¿nos lo puede cambiar para el siguiente? ¿No? ¿No se puede? ¿Cómo cree? Mire ya no traemos más dinero… Nos dice que ella no puede hacer nada por nosotros, que hablamos con el gerente. Ah, el gerente, ¿y quién es? Ese que está allá platicando: ahí, no pierde el tiempo el gerente, ligando en el trabajo a sus subalternos. Es alto, muy delgado, con cabello corto rizado y un bigotito. Igualito a Luigi, el de Mario Bros.
- Buenos días, ¿es usted el gerente?
- Sí, ¿en qué puedo ayudarte?
- Lo que pasa es que teníamos boleto para las 6am y se nos ha hecho tarde.
- Híjole, ya son las 9:30, ya no puedo hacer nada, sólo hay una hora de tolerancia. Lo siento.
- Oye, pero es que ya no traemos nada, nada de dinero. ¿Haznos el paro, no?
- Es imposible, son políticas de la empresa.
- Vamos, Luigi, ayúdanos que estamos verdaderamente jodidos.
- ¿Cómo me llamaste?
- No te llamé nada. Ayúdanos.
- Miren, lárguense de aquí, sino voy a llamar a seguridad.
- ¿Seguridad? ¿Otra vez? No, no, ya mejor vámonos.
Sólo 12 pesos y tan lejos de casa. Maldita sea, necesitamos regresar al centro de la ciudad, necesitamos un nuevo plan…